Azaleas, camelias, hortensias, rododendros, brezos, callunas, arces japoneses. Todas estas plantas tienen algo en común: son plantas acidófilas, es decir, especies que necesitan un sustrato con un pH menor de 7 para desarrollarse en condiciones óptimas.

Además de un sustrato ácido (pH < 7), las acidófilas son, en general, especies que necesitan temperaturas suaves, humedad ambiental, lluvia abundante y un emplazamiento en semisombra u orientado de tal forma que el sol no las queme.

No es casualidad que de Galicia al País Vasco, en toda la cornisa cantábrica, las hortensias, camelias, azaleas y rododendros se den con tanto esplendor, en solitario o conviviendo en macizos de gran belleza.

En otras zonas, la sequedad ambiental, la menor pluviosidad, la fuerza del sol y la presencia de cal en los suelos —tal vez el factor más letal— suponen una dura prueba para estas plantas.

Sin embargo, no por ello hay que renunciar a la belleza de las acidófilas, como vamos a ver a continuación.

 

Ubicarlas en el lugar adecuado

Las acidófilas, en general, viven mejor en semisombra. En zonas de fuerte insolación, lo ideal es que reciban el sol de la mañana y permanezcan a la sombra el resto del día, especialmente resguardadas del sol de poniente (esta recomendación vale incluso para el norte de España).

También se pueden dejar directamente a la sombra, pero darán menos flores.

Las azaleas son plantas acidófilas

En el caso concreto de rododendros, azaleas y camelias se debe evitar la exposición este en los lugares donde se producen heladas, ya que una descongelación rápida provocada por la salida del sol puede dañar las flores; del mismo modo, conviene alejar estas especies de los muros muy soleados porque la reverberación daña las flores e incluso las hojas.

 

El sustrato debe ser ácido

Para saber cuál es el pH de la tierra de tu jardín necesitarás usar un reactivo.

Mezcla dos tercios de agua destilada con uno de tierra del jardín, sumerge una tira de papel de tornasol y observa la reacción: la acidez la tiñe de rojo (-7) y la alcalinidad, de azul (7+).

Si resulta que el sustrato es alcalino puedes hacer dos cosas: reemplazarlo por un sustrato ácido o enmendarlo.

Si prefieres reemplazarlo, deberás retirar unos 40 centímetros de espesor de suelo en la zona donde quieres instalar el macizo y rellenar con tierra de castaño o de brezo (encontrarás sacos ya preparados en el área de sustratos de tu centro de jardinería).

Si vas a plantar acidófilas en los contenedores y macetas de la terraza, solo tienes que rellenarlos con este tipo de sustratos.

Si la opción es enmendar el suelo, deberás corregir el pH alcalino. Según el grado de alcalinidad a veces basta con mezclar la tierra del jardín con mantillo de hojas bien descompuesto, o con turba rubia (pH 3,5) en proporción mitad y mitad.

Deberás repetir esta operación cada dos o tres años, con cuidado de no dañar las raíces.

El pH que necesitan hortensias, camelias, azaleas, gardenias y rododendros, por ejemplo, debe estar entre 5,5 y 6,5; el de brezos y callunas puede ser aún más bajo.

Por cierto, si acolchas tus plantas con corteza de pino contribuirás a la acidificación del sustrato.

 

Cómo acidificar el agua de riego

Por efecto del riego —aguas duras o calcáreas, como sucede en el área mediterránea, o con potabilizadores como el hipoclorito de sodio—, el pH tenderá a subir nuevamente con el tiempo.

En las plantas en contenedor esto sucede aunque se haya empleado tierra ácida en la plantación. La solución es acidificar el agua de riego.

El agua más beneficiosa para las plantas acidófilas es la de lluvia; si tienes manera de recolectarla dispondrás del mejor riego.

Las aguas duras se pueden acidificar con ácido cítrico, lo más adecuado para las plantas en tiesto, o con sulfato de hierro, para el caso de los macizos o ejemplares del jardín.

Si vas a usar ácido cítrico ten a mano papel de tornasol y prepara cantidades para varios riegos; procura un pH 5.

Debes alternar el agua habitual con esta, poniendo cuidado para no pasarte y producir un perjudicial exceso de concentración de sales.

Lo ideal sería poder medir el pH del sustrato y proceder en consecuencia.

En el caso del jardín, para neutralizar la cal de las aguas duras se puede regar abundantemente una vez al mes al pie de las plantas con una solución de agua y sulfato de hierro (sigue las instrucciones del envase, aunque suele ser de 3 a 4 gramos por litro); haz los otros riegos con agua normal y en invierno suspende el tratamiento.

Si la superficie es grande, una vez al año puedes esparcir directamente sobre la tierra sulfato de hierro en gránulos.

 

Cómo combatir el amarilleo de las hojas

Uno de los efectos que produce la alcalinidad en las acidófilas es la clorosis férrica, que se evidencia en la pérdida de color sobre todo de las hojas nuevas, que se vuelven pálidas o amarillentas mientras las nervaduras permanecen oscuras.

No es un fenómeno uniforme: se pueden ver en la misma planta hojas con clorosis y otras sanas.
Aparece porque el exceso de alcalinidad provoca un bloqueo del hierro y otros micronutrientes presentes en el suelo, que no se disuelven en el agua y no pueden ser absorbidos por las raíces.
Con un pH 8 ya se puede presentar este problema.

Los quelatos de hierro son un remedio eficaz, ya que tienen una estructura química que preserva su solubilidad.

Son fertilizantes que se pulverizan sobre las hojas (en poco tiempo reverdecen), el método más cómodo y conveniente para las plantas en maceta, o se disuelven en el agua de riego o se esparcen en gránulos directamente en el suelo del jardín.

Producen manchas en el suelo y la ropa, de modo que hay que aplicarlos con cuidado. Es necesario respetar la dosis y la frecuencia indicadas (se debe interrumpir en invierno) para no provocar quemaduras.

Además, no deben administrarse la misma semana que el sulfato de hierro.

Ahora bien, aunque evita la clorosis férrica, limitarse únicamente al tratamiento con quelatos no soluciona el problema de fondo: es preferible acidificar el suelo, ya que se liberarán otros micronutrientes valiosos para las plantas.