Por lo general, algunas plantas cultivadas en macetas permanecen en el interior de la casa durante el invierno y se sacan a la terraza o al balcón cuando llegan las temperaturas más cálidas, ahora en primavera.
En estos casos, es fundamental una fase de adaptación a las nuevas condiciones: al principio, hay que dejarlas poco tiempo en el exterior, un máximo de dos horas, en un lugar protegido de las corrientes de aire intensas, de la lluvia y de los rayos del sol. Con el paso de los días, se debe aumentar el número de horas.
Uno de los aspectos más importantes es el riego. El mayor número de horas diarias de luz natural, el ascenso de la temperatura, la producción de más elementos nutritivos y el desarrollo de nuevos brotes son factores que incrementan la necesidad de agua de las plantas.
No obstante, el aumento de la cantidad de agua debe ser paulatino, ya que el exceso puede afectarlas de manera negativa, sobre todo, ante el riesgo de bajas temperaturas.
Lo idóneo para casi todas las especies es dejar que el sustrato se seque antes de volver a regar. En los jardines, el sistema de riego más conveniente es el de aspersión, que posibilita que el agua se introduzca poco a poco en el suelo y le da un carácter más esponjoso.
Para plantas de interiores, se recomienda, además de regar el sustrato, rociar tallos, hojas (en particular, su parte inferior) y flores, para que reciban el agua de modo directo.
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